Vives o twiteas

Claudia García González
Hace no muchos años, un famoso cantante melenudo llamado John Lennon, hablaba en sus letras sobre el paso del indestructible tiempo. Con esto, una de las grandes frases que pasó a la historia no es otra que "la vida es aquello que te va sucediendo mientras estas ocupado haciendo otros planes".
A pesar de ser una de las frases que quizás reflejen de manera mas clara el espíritu humano, si hablamos del tipo de hábitos que mantenemos hoy en día, prácticamente no sería aplicable. Para mí, la que tendría más sentido seria algo como: "La vida es aquello que te va sucediendo mientras twitteas y tú no le prestas atención." Y no hay mejor manera de demostrarlo que echar una mirada alrededor y fijarte en cuantas personas tienen un móvil pegado en la mano. No importa dónde ni cuándo. En el trabajo, en los institutos, en cafeterías, en bares...
La cuestión es, que a la par de útiles, también son un gran mecanismo de convertir a las personas en pequeños abducidos sociales. ¿Acaso se siguen viendo chicos emocionados al ver a amistades lejanas? ¿A mujeres indecisas de si pedir o no a ese vecino guapo que te invite a un café? La respuesta, evidentemente, es no.
No solo tratamos a nuestras amistades y relaciones a través de estos aparatos como si fuesen meras máquinas a las que alegrar con un bonito emoticono, sino que las nuevas relaciones también se basan en eso, puro cartón-piedra tecnológico. Pero lo peor, sin duda, no es que cuatro adultos hechos y derechos decidan manejar su vida de esta forma, sino que tampoco es extraño ya ver en colegios esta manera de relación, ni que los propios padres satisfagan esta demanda de sus hijos. Hoy en día los niños nacen con un smartphone bajo el brazo, por lo que, los futuros adultos, ya vienen mamando esos malos hábitos antes de que sepan sacarse los gases solos.
Con esto no intento presentar una idea apocalíptica del mundo donde las maquinas nos controlen totalmente (recemos), pero sí soy partidaria de cuidar las relaciones personales a la manera clásica. Buenas conversaciones, interacción y muchas risas, y dejar más de lado esta nueva pseudo-religión a la que llamamos tecnología.

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