Otro café

 Agustín Gutiérrez Delgado
El ambiente estaba muy tenso en el instituto. En el transcurso del año habían muerto tres profesores. El de matemáticas en un accidente de coche, la de física arrojada de un sexto piso y el profesor de lengua de un colapso total de sus funciones vitales.
Los profesores se miraban unos a otros cariacontecidos y tristes. Parecía que una maldición hiciera que el claustro de profesores descendiera poco a poco.
Solo la cafetería seguía funcionando con normalidad habiéndose convertido, de hecho, en el único remanso de paz donde se refugiaban los nerviosos profesores. Allí, como siempre, estaba la guapa y alegre camarera cuya charla animaba a los que se acercaban a tomar café.
Uno de los habituales era el profesor de Historia. Tomaba café en vaso grande con sopas de pan duro. Aquel día no se encontraba bien, se le habían dilatado las pupilas y no lograba ver con nitidez así que, al revolver el café, se le cayó la cucharilla al suelo y allí le pareció vislumbrar cómo la punta del pie de la simpática camarera empujaba bajo el mostrador una hoja de belladona mientras le ofrecía la más tierna de las sonrisas.

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