La tormenta

Agustín Gutiérrez Delgado
Los policías se arremolinaban sin saber qué hacer mirando un montoncito de ceniza humeante junto a un gran cuchillo cebollero en la cafetería del instituto.
El día había amanecido gris y tormentoso. Los charcos iban creciendo en el patio y las camareras esperaban una mañana ajetreada con los chavales hacinándose en el pequeño local para no mojarse. A la obscuridad del día se añadían los cortes de electricidad por la tormenta.
Para la camarera el día había despuntado más negro aún. A las ocho se había cortado un dedo con un vaso roto en el fregadero, a las nueve se había quemado con aceite de la sartén, a la diez se clavó un cuchillo mientras pelaba patatas. A las diez y media, sin poder aguantar más la presión y el agobio de los pequeños clientes, todavía con el cuchillo en la mano, levantó los brazos implorando un poco de tranquilidad a la vez que un relámpago iluminó el bar por fin.

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