¡Qué tiempo aquel!

Tomás Hernando Saiz
¡Qué tiempo aquel en el que me creía el centro del mundo! Cuando exigía en todo momento que me atendiesen como si tuviese todo el derecho del mundo. Pidieses lo que pidieses, tus padres o tu familia casi seguro te lo iban a intentar dar, ya fuese un juguete, o que te llevasen a algún sitio. Y si no me lo daban, ¡se iban a enterar ellos! ¡Yo, que soy el ser más importante, van y se atreven a no satisfacer una de mis “importantísimas” necesidades! Era entonces cuando comenzaba a gritar y llorar sintiéndome un desgraciado porque mis padres me odian y no quieren darme otro de mis caprichos.
Gracias a Dios, no sufría “todos los días estas desgracias”. Al fin y al cabo, te los pasabas con tus amigos corriendo sin parar como si nuestro cuerpo no tuviese límite, imitando a los protagonistas de nuestros dibujos o series favoritas, aunque a veces podía acabar en disgusto porque todos quieren ser el mejor y más fuerte de todos ellos.
Nos gustaba imitar a nuestros protagonistas favoritos pero, cuando venía alguien mayor, a ninguno le gustaban esas series de “niños pequeños”, a nosotros nos dejaban de gustar los dibujos en esos momentos. Era como si al ver a esa persona “sagrada” de los 15 o más años, todos dejásemos nuestros gustos y aficiones, y nos interesásemos más en los de él, que era lo que se llevaba a su edad.
Con el paso de los años y al alcanzar la edad de esas personas “sagradas”, te das cuenta de que no tenían (y tenemos) nada en especial, salvo que para nosotros era algo en lo que fijarnos para que nos considerasen a nosotros personas más mayores de lo que realmente éramos.

1 comentario:

  1. Pero bueno, Tomás: si estás hecho todo un filósofo. ¡Qué alarde de estoicismo y responsabilidad!Una no deja de llevarse sorpresas en esta profesión. En serio, me ha encantado tu artículo: enhorabuena. ¡Ah! y bienvenido al mundo de las personas adultas. No es tan malo -ni tan bueno- como nos creíamos pero yo, te lo aseguro, no volvería atrás.
    Elena Galiano.

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