Armagedón

David Loyo Pérez
Todos corrían y buscaban su alivio. Se crearon colas inmensas de gentes inquietas, atemorizadas, convulsas... Las personas corrían de un lado para otro, de forma caótica, buscando la puerta correcta que les procurase remedio momentáneo a sus males. Se llegó a un punto en que no se respetaban ya las filas, en que la gente trataba de saltarse violentamente su turno, y también estaba aquél al que no le daba tiempo ni de musitar unas últimas palabras. La peste circulaba libre y salía por las ventanas, y nuevas personas sufrieron pronto el contagio. Las descargas y los tiramientos de cadena eran continuos. Todo el sistema de canalizaciones estaba funcionando a pleno rendimiento. Aquello parecía un Día de Año Nuevo. Y venga y dale, y venga y dale, uno tras otros, todos pasaban por taquilla. La peste era insoportable, fulminante. Muchos iban soltando su misma vida por el pasillo, donde tan siquiera había un mínimo en productos de limpieza, donde la higiene brillaba por su ausencia. Los vapores llegaban a colocar a la gente; y comenzaron las visiones: unos decían que si la Virgen, otros que si Nuestro Señor Jesucristo, y hasta unos pocos hablaron de extraterrestres.
Los recipientes rebosaban, la gente nadaba en plena sustancia, entre espesores y licuefacciones. Y mientras, las canalizaciones a pleno rendimiento, dale que te pego, duro y dale, y venga y sigue, y toma y toma…  Los sistemas colapsan. Los organismos colapsan y suenan las Trompetas, y todo revienta en una orgía de hedores y pestilencias, de cuestiones traseras, con papeles, sin sentido… Ese, zeda, jota, i…

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