¡Qué día llevo!

Tomás Hernando
Después de una hora arreglándome para mi cita con un joven galán de 30 años, me dirigí a la parada de autobús que estaba cerca de mi casa. Yo, a mis 53 años de edad, tenía otro hombre que me amaba, como muchos otros anteriormente.
Llegué a la parada, allí estaba una joven a la que los felices hombres del bar de enfrente le cantaban piropos. Ella no se debió de dar cuenta de ello ya que si lo hubiese estado escuchando, habría estado encantada. Tuve que decírselo y pareció no hacerle mucha gracia, más bien se asustó. Me fijé una vez más en los hombres y no les vi nada extraño, solo se divertían, ¡ni que estuviesen borrachos! Charlé unos minutos más con la joven, hablé de mi cita con el apuesto caballero y, fijándome en su cara, pude ver que sentía cierta envidia, pocas mujeres tienen tanta suerte como yo y es normal que no aguanten mi buena fortuna.
A partir de ese momento dejamos de hablar y este silencio solo se interrumpió cuando dijo que le daban mucho asco los borrachos, ¿a qué venía eso? ¿Acaso me estaba llamando borracha a mí? Yo, que soy la mujer con más estilo y renombre de la provincia…. Justo el autobús abría sus puertas, y yo fui decidida a darle con el bolso en la cabeza a esa muchacha que acababa de faltar el respeto a una mujer con clase. Lo que vino después no lo recuerdo con claridad, no sé si fue un resbalón, la propia joven que me empujo o a saber que me pasó en la cita, solo sé que me desperté en la camilla de un hospital.

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