Escena desde el autobús

Lorena Nieto
Salí de casa, como siempre con prisa, camino de la parada del autobús. El tiempo se me echaba encima, así que no tuve que esperar demasiado. Me monté en él, tambaleándome, tan patosa como siempre que un autobús arranca con fiereza. Conseguí sentarme a pesar de todo y me puse a escuchar música para pasar el rato. El autobús volvió a detenerse y esta vez se subieron dos personas, una de ellas desconocida para mí. La otra, Inés, avanzó por el pasillo hasta sentarse a mi lado; me fijé en su expresión, se reía y me indicaba con su risa que prestase atención a la mujer que caminaba a su espalda. Aquella señora, de negros y rizados cabellos, consiguió hacerme pensar que a su lado yo era la persona más ágil del mundo. Recorrió un camino para ella eterno hacia un asiento libre. Se sentó con un aplomo que denotaba que el hecho de sentarse era ya una proeza. Pero era imposible que una persona tuviese tan poco sentido del equilibrio, y estaba cayendo en este detalle cuando Inés comenzó a contarme su historia.
Aquella mujer se había sentado a su lado a la espera del autobús, algo nada fuera de lo común. Inés, distraída matando el tiempo con su teléfono móvil, no se había dado cuenta de que un grupo de borrachos a la puerta del bar de en frente, estaban dedicándole una canción. La señora no tuvo problemas en hacérselo notar, a lo que ella contestó ‘Estos borrachos… ¡qué pena dan!’. Pero lo que Inés no sabía, y descubriría poco tiempo después, es que aquella señora de rizos cuyo nombre todavía desconocemos, era una de esos penosos borrachos. La señora metida en su mundo, comenzó a relatarle sus planes de esa tarde: tenía una cita y se encontraría con un hombre a la salida del autobús. Empezó a agachar la cabeza y a colocarla entre las piernas mientras le contaba lo mucho que se mareaba. El autobús llegó, salvando así a Inés de las locuras de aquella señora. Inés aceleró el paso con la esperanza de subirse rápidamente y sentarse muy lejos de ella, pero la señora que creía haber encontrado en Inés una amiga, le pidió que le dijese el conductor que la esperase, alegando que si corría, se caería de sus tacones.
Personalmente me gustaría saber cómo acabó la tarde la señora o simplemente si llegó sana y salva a su cita. Mientras tanto, solo puedo fantasear con el final de esta anécdota.

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